El Confidencial
La elección de pareja por parte de las mujeres sin duda ha desempeñado un papel esencial en la evolución de una característica central en el cuerpo del hombre: el pene humano. Quizá no nos parezca que este elemento vital de nuestro equipamiento sea un «ornamento», pero, al igual que los pechos de las mujeres, el pene humano es fruto de la evolución, en la que participan varios procesos simultáneos de selección natural y sexual, y vale la pena preguntarnos qué características se desarrollaron y a través de qué mecanismos.
Al propio Darwin le resultaba difícil distinguir entre los efectos de la selección sexual y natural en las partes del cuerpo individuales. Por ejemplo, reflexionaba sobre si los miembros especializados en agarrar que habían desarrollado los crustáceos macho, y que estos empleaban para sujetar a las hembras durante la cópula, evolucionaron como resultado de la selección sexual o natural. Si la función del órgano era necesaria para que tuviera lugar la reproducción, Darwin razonaba que evolucionaría mediante selección natural. Pero cualquier aspecto de ese mismo órgano que derivase de la competición de apareamiento o de la elección de pareja evolucionaría mediante selección sexual. El pene humano es un ejemplo fascinante de la acción simultánea de los dos mecanismos evolutivos.
Dado que los mamíferos presentan fertilización interna, sabemos que el pene es absolutamente necesario para la reproducción. Así que la existencia y el mantenimiento del pene humano pueden adscribirse a la selección natural únicamente. Pero varios aspectos de la morfología del pene humano que están más allá de lo que es necesario para lograr la cópula y la fertilización probablemente derivan de la selección sexual.
Entre los primates, el pene es el órgano más variable de todos. De especie a especie, hay diferencias radicales en su longitud, anchura, espesor, forma, textura de superficie y definición. Todas estas variaciones van más allá de lo que es necesario para la reproducción. Entonces, ¿por qué han evolucionado en las distintas especies penes que varían tanto entre sí?
El pene humano es sustancialmente más grande que el de cualquier otro simio. El pene erecto del gorila solo mide unos tres centímetros
Aquí, por supuesto, me concentraré en el pene humano. Sea cual sea el enfoque que adoptemos, requiere una profunda explicación. Es sustancialmente más grande (tanto en tamaño absoluto como relativo) que el de cualquier otro simio, aun si los humanos tienen cuerpos de tamaño intermedio, situados entre los gorilas y los chimpancés. El pene erecto del gorila solo mide unos tres centímetros. El del chimpancé mide unos siete centímetros en erección, y es muy fino, suave y con una punta fina. El pene humano es más largo (de media tiene unos quince centímetros en erección) y es más ancho que el pene de los demás simios. El pene humano también se caracteriza por un glande bulboso y una cresta en la corona, en la punta. Otros simios también han evolucionado estructuras similares, pero no están presentes en los demás simios africanos. También deberíamos advertir que, en contraste con su mayor tamaño y elaboración, los humanos tienen testículos más pequeños, tanto en tamaño relativo como absoluto, que los de nuestros parientes chimpancés más cercanos.
En ‘El tercer chimpancé’, Jared Diamond ilustraba esta variación genital en una viñeta cómica memorable de cómo los machos de los gorilas, los chimpancés y los humanos «se ven unos a otros». El gorila es un enorme círculo con diminutos testículos y un pene aún más pequeño. El chimpancé tiene un cuerpo mucho más reducido, con enormes testículos y un pene pequeño. El humano está entre el gorila y el chimpancé en cuanto a tamaño, pero tiene los testículos pequeños y un pene enorme. Este mosaico de características genitales ha evolucionado en función de distintas fuentes de selección sexual en cada especie. Así que las variaciones cuentan una historia acerca de la dinámica evolutiva de la morfología del pene, una historia que se presta a múltiples interpretaciones, algunas más verosímiles que otras.
Es conocida la hipótesis que sostiene que tanto el tamaño de los testículos como el del pene responden a una evolución por la competición del esperma entre machos. Según esta hipótesis, cuando las hembras tienen múltiples parejas, los machos están inducidos por la selección sexual a producir más esperma para superar en volumen el esperma de otros machos, lo cual resultaría en la evolución de testículos más grandes. Los chimpancés tienen un sistema reproductivo caracterizado por un gran volumen de apareamientos múltiples y por una elevada competición de esperma, y por eso tienen los testículos enormes. Los gorilas, por otro lado, tienen un sistema reproductivo caracterizado por el dominio físico de los machos sobre un grupo de hembras en edad de reproducción, y, lógicamente, la competición de esperma o la elección de pareja de la hembra es mucho menor, de ahí los testículos reducidos.
El tamaño más grande del pene humano también se ha interpretado como fruto de la evolución a causa de la competición de esperma. Cuanto mayor es, más cerca estará de los ovarios cuando el esperma se libere durante el acto sexual, y mayores serán las oportunidades de fertilización. O eso dice la teoría. En la misma línea, los glandes prominentes y la forma de la corona del pene humano serían herramientas diseñadas para desplazar el esperma de otros machos que hubieran eyaculado previamente en la vagina de la hembra. El psicólogo evolutivo Gordon Gallup y sus colegas contrastaron esta hipótesis con experimentos en los que utilizaron penes artificiales de distintas formas en una vagina artificial (todo adquirido en una tienda de juguetes eróticos) y una eyaculación artificial compuesta de agua y almidón de maíz. Como era de esperar, el dildo realista con un glande prominente y una corona rugosa desplazó más el puré de almidón de maíz a la periferia de la vagina falsa que el modelo de pene suave y de superficie sin rugosidad. La hipótesis que sostenía que el pene era una herramienta de desplazamiento del esperma se consideró triunfalmente confirmada.
Si los penes con glande prominente sirven para eliminar el esperma de machos anteriores, ¿por qué los chimpancés no los desarrollaron?
Por desgracia, la hipótesis del desplazamiento del esperma como causa de la evolución del tamaño y la forma del pene humano simplemente no encaja con la evidencia que nos proporciona el árbol de la vida. El hecho de que se haya producido una reducción evolutiva en el tamaño de los testículos humanos desde la época en que compartíamos antepasado con los chimpancés nos indica que la competición de esperma entre los machos humanos también ha disminuido. Así que las teorías que explican la evolución del pene humano a causa de la competición del esperma y los mecanismos de desplazamiento nos ofrecen soluciones a un problema evolutivo que en realidad lleva tiempo en declive. Si los penes más grandes con un glande prominente en la punta sirven para eliminar el esperma de los machos anteriores, ¿por qué los chimpancés no los han desarrollado? Extraer la eyaculación de otro macho con el pene sería una función mecánica, no estética y clásica. Un mecanismo físico tan sencillo debería tener una amplia utilidad entre todas las especies de primates que compiten con su esperma. Al igual que el pico del pinzón, muchos primates deberían haber evolucionado la misma herramienta para ese objetivo, en convergencia evolutiva. Entonces, ¿por qué los chimpancés tienen penes relativamente pequeños, delgados y suaves, básicamente del tamaño de un dedo meñique humano, a pesar de su vigorosa competición de esperma? En realidad, las teorías que se acogen a la competición de esperma para justificar la evolución de los genitales humanos son totalmente incongruentes con las pruebas que presentan nuestros parientes primates.
Porque, vamos a ver: ¿dónde están las hipótesis sobre los «penes honestos» cuando las necesitamos? Por sorprendente que parezca, los psicólogos evolutivos no han abrazado con entusiasmo la idea de que el tamaño del pene sea un indicador honesto de la calidad del macho. Aunque casi cualquier rasgo perceptible del cuerpo humano (el índice cadera-cintura, el tamaño y la simetría de los pechos, la simetría facial, la «femineidad» y demás) se ha analizado hasta la saciedad como un indicador potencial de la calidad genética de la hembra y de su valor de pareja, el eminentemente medible pene humano ha recibido escasa atención. Tal vez es que los psicólogos evolutivos no están dispuestos a someter su propia anatomía al intenso escrutinio que aplican al cuerpo de la mujer. O quizá les falta valor en sus convicciones.
Tal vez los psicólogos evolutivos no están dispuestos a someter su propia anatomía al intenso escrutinio que aplican al cuerpo de la mujer
Por supuesto que es bastante difícil imaginar que el tamaño del pene humano sea un indicador de calidad. Después de todo, solo pesa una media de 120 gramos de carne cuando está flácido, así que el pene humano medio, aun si tuviera el doble de tamaño, no sería una inversión costosa, o «hándicap» de Zahavi, porque, aun así, representaría solamente una fracción diminuta de la masa corporal de un hombre. Si el pene estuviera hecho de materiales biológicamente costosos, limitados o escasos, quizá el incremento de tamaño llegaría a representar una señal de calidad genética superior. Pero el pene solo está hecho de tejido conector, vasos sanguíneos, piel y nervios. (Muchos nervios). Los penes más grandes tampoco cuestan más de «maniobrar», por ejemplo, no hay pruebas de que la disfunción eréctil sea más frecuente entre los hombres con penes más grandes.
A pesar de la notable falta de interés en el pene por parte de los psicólogos evolutivos, sí que hay un aspecto del pene humano que ha atraído al menos a un teórico de los indicadores honestos, como veremos, y que tiene que ver con otra innovación biológica del pene humano. Los machos humanos son muy distintos de otros primates, pues carecen de baculum, también llamado báculo, hueso peneano o hueso de Príapo. El báculo es el hueso del pene del mamífero.
Se ha llamado al báculo «el más variable de todos los huesos». El premio al tamaño se lo lleva la morsa (Odobenus rosmarus), que tiene un hueso de Príapo similar a una porra de policía pero hecha de marfil. Por tomar solo un ejemplo de las numerosas variaciones en tamaño y forma, muchas ardillas tienen un báculo en forma de espátula en la punta que tiene púas elaboradamente articuladas, como si fuera un cucharón para la pasta de otro mundo.
Los especialistas en mamíferos han desarrollado una técnica de memorización para recordar qué mamíferos han evolucionado un báculo, y usan para ello la sigla PRICC, que se refiere a primates, roedores, insectívoros, carnívoros y Chiroptera (es decir, murciélagos). Aunque supongo que pocos lectores se sorprenderán al descubrir que los humanos no tienen hueso en el pene, algunos quizá se escandalicen al saber que el hombre es solo una de las dos especies de primates (junto con el mono araña) que está evolutivamente apartado, sin báculo. La existencia del báculo en los demás primates significa que la erección está garantizada gracias a la presencia de un hueso osificado dentro del pene. Sin embargo, hay muchos mamíferos macho, aparte de nosotros, que no tienen báculo, desde las comadrejas a los caballos, elefantes a ballenas, y todos ellos alcanzan la erección sin problemas y sin necesidad de báculo. Así que sabemos que debe de tener otras funciones más allá de la mera intromisión, aunque no sepamos cuáles son. De hecho, sabemos que, además de producir erecciones, el báculo sirve para retirar el pene entre erecciones. Aún no sabemos para qué más puede servir.
El hombre es solo una de las dos especies de primates (junto con el mono araña) que no tiene hueso en el pene
Pero, en el contexto de nuestro debate actual, me interesa menos la cuestión de por qué algunos mamíferos tienen báculo que saber por qué los hombres no. Esto, aparentemente, no es un rompecabezas intelectual nuevo. Se ha intentado explicar el misterio, y las explicaciones se remontan al texto fundacional de la cultura judeocristiana: la historia de la creación de Eva en el libro del Génesis.
En el 2001, dos académicos respetados, el biólogo del desarrollo Scott Gilbert, de Swarthmore, y el estudioso de la Biblia Ziony Zevit, de la UCLA, colaboraron para investigar el tema en un artículo científico titulado ‘Deficiencia de báculo congénita en el humano: el hueso generador del Génesis 2, 21- 23’, que fue publicado en la revista American Journal of Medical Genetics. Unos 2500 años después de que se compusiera la conocida historia de la creación del Génesis, Gilbert y Zevit proponían que la historia decía que Dios había creado a Eva no a partir de la costilla de Adán, sino a partir de su báculo. Sostenían que cualquier antiguo israelita habría reconocido la falsedad de la «historia de la costilla», y se basaban en la observación obvia de que los hombres y las mujeres tienen el mismo número de costillas. (Desde luego, recuerdo que conté mis costillas y me planteé la misma disyuntiva un día de catecismo, cuando era pequeño).
Gilbert y Zevit procedían a desacreditar la historia de Adán al afirmar que no tenía potencia narrativa, porque las costillas «carecen de cualquier capacidad generativa intrínseca». Al parecer, la mayor historia jamás contada necesitaba un argumento más fuerte que el de la versión de Reina Valera. Gilbert y Zevit ofrecían pruebas lingüísticas bastante impresionantes para dar apoyo a su hipótesis radical:
Dios había creado a Eva no a partir de la costilla de Adán, sino a partir de su báculo o hueso del pene
«El nombre hebreo traducido como «costilla», tzela (tzade, lamed, ayin), puede significar, en efecto, un hueso de la costilla. Pero también la costilla de una colina (2 Samuel 16, 13), las cámaras laterales (que abrazan el templo como costillas, como sucede en 1 Reyes 6, 5-6) o las columnas de los árboles, como cedros o abetos, o las planchas en edificios o en puertas (1 Reyes 6, 15-16). Así que la palabra puede utilizarse para designar una viga de apoyo estructural».
Una «viga de apoyo estructural» es una descripción muy sucinta del báculo. Gilbert y Zevit procedían a desvelar el giro de guion del misterio evo-escritural: la evidencia anatómica inesperadamente clara que la propia Biblia hebrea ofrece.
«En el Génesis 2, 21 aparece otro detalle etiológico: «Dios cerró la carne». Este detalle explicaría el peculiar signo visible del pene y el escroto en los machos humanos: el rafe del pene. En el pene y el escroto humano, los extremos de los pliegues urogenitales se unen a través del seno urogenital (ranura uretral) para formar una juntura, que es el rafe . Los orígenes de esta unión en los genitales externos se ‘explicarían’ así gracias a la historia de Dios al cerrar la carne de Adán».
En este ‘tour de force’ interdisciplinario, Gilbert y Zevit miraron con ojos muy nuevos una historia muy antigua y llegaron a una visión revolucionaria del mito de la creación judeocristiano. Por alguna razón inexplicable, este artículo no ha recibido la tormenta de atención que se merece. En mi opinión, todo el mundo, desde el Vaticano hasta las estudiosas del feminismo, debería querer conocer y debatir esta teoría. Pero el artículo solo ha sido citado tres veces en quince años. Quizá nadie tiene tiempo en nuestra cultura fragmentada para reflexionar sobre estas cuestiones. ¿No debería importarle a más gente si el Dios hebreo creó a Eva a partir del hueso del pene de Adán? Mentes curiosas (como la mía) querrían saberlo.
¿No debería importarle a más gente si el Dios hebreo creó a Eva a partir del hueso del pene de Adán?
Si el Génesis cuenta la historia de la pérdida del báculo de Adán como un acto de intervención divina, ¿cómo lo explican los biólogos evolutivos? Aunque no hay muchas teorías evolutivas acerca del pene humano en general, ni de la ausencia de báculo en particular, un valiente biólogo destaca por su interés en la materia. Richard Dawkins ha formulado la hipótesis de que el pene humano evolucionó hasta prescindir de báculo para que el órgano sexual pudiera, ¡sí!, funcionar como un indicador honesto de la salud y la calidad genética del individuo:
«La mujer se comportará como un buen médico de cabecera y escogerá solo al macho más sano como pareja para tratar de obtener los mejores y más sanos genes para sus hijos . No es inverosímil que, gracias a que la selección natural afina sus herramientas de diagnóstico, las mujeres puedan obtener todo tipo de pistas acerca de la salud de un hombre, y de la solidez de su capacidad para gestionar el estrés, por el tono y la postura de su pene. Pero ¡un hueso podría interponerse con eso! Cualquiera puede tener un hueso en el pene: no hace falta estar particularmente sano ni ser duro de pelar. Así que la presión selectiva de las mujeres obligó a que los hombres perdieran el hueso del pene porque solo los hombres verdaderamente sanos y fuertes podían tener una erección sostenida. Así, las hembras de la especie podían emitir un diagnóstico sin obstrucciones . Siguiendo la lógica de mi hipótesis sobre el pene, los hombres parten con un obstáculo al perder el pene, y ese obstáculo no es accidental. El mecanismo hidráulico gana en efectividad precisamente porque a veces la erección falla».
Para ser justos, Dawkins admite que «no hay que tomarse demasiado en serio» su hipótesis y que solo se le ocurrió como una manera divertida de comunicar el principio de hándicap de Zahavi (bueno, el de Smucker’s) y su relación con los buenos genes. Sin embargo, cuando Dawkins admite que la idea es «menos verosímil que agradable», en realidad profiere un comentario muy revelador sobre toda la disciplina de la elección de pareja adaptativa. La «mujer-médico» de Dawkins revela su alborozo priápico en la hipótesis de que las erecciones humanas son símbolos únicos evolucionados de la superioridad genética masculina. En su escenario teórico, la experiencia extática de la tumescencia masculina se ha reencarnado científicamente en un indicador evolucionado de la superioridad individual masculina. La fantasía del adolescente de omnipotencia eréctil se ha convertido en la fuerza explicativa de la evolución humana. Así, la «mujer- médico» de Dawkins es una obra maestra de biología evolutiva falocéntrica.
Dawkins revela su alborozo priápico en la hipótesis de que las erecciones humanas son símbolos de la superioridad genética masculina
Sin embargo, como el propio Dawkins admite, este escenario no es «verosímil». Quizá la razón principal es que, para el hombre medio en edad de aparearse, tener una erección (incluso una «realmente buena») no es señal de ningún tipo de salud superior, no más que tener un hueso en el pene para nuestros parientes primates. Más o menos todo el mundo, al menos a cierta edad, puede hacerlo. No hace falta estar «particularmente sano ni estar en buena forma». Las erecciones puramente vasculares e hidrostáticas no son ningún reto para los machos en edad de aparearse en prácticamente ningún estado de salud. La mayor parte de la disfunción eréctil tiene lugar en la senectud, y en las sabanas africanas del Pleistoceno de nuestro pasado evolutivo, la mayoría de los Homo estaban muertos a la edad en la que habría sido problemático tener una erección. No, a pesar de la ubicuidad de los anuncios de las farmacéuticas para comprar productos que garantizan una erección, lo que sugeriría la existencia de una epi demia de disfunción eréctil, en realidad no hay ningún problema de falta de erecciones humanas en el mundo actual. Pensemos un momento: ¿cuán selectiva sería una mujer si, siguiendo la teoría de Dawkins, utilizara la competencia eréctil de un hombre como criterio para escoger a su pareja? Solo quedarían eliminados algunos abuelos (irónicamente, junto con sus «buenos genes» longevos). Así, parece bastante improbable que la pérdida del báculo fuera la respuesta evolutiva a la necesidad de la mujer de asegurarse de la calidad genética y la salud del hombre. Y, a pesar de las propias advertencias de Dawkins, hay algunos psicólogos evolutivos que se toman en serio su hipótesis del hándicap del pene para explicar la pérdida del báculo en el ser humano.
Implícita en la hipótesis de Dawkins, no obstante, hay una posibilidad mucho más plausible: la propuesta totalmente estética de que la pérdida evolutiva del báculo en el ser humano tuviera lugar a través de la elección de pareja de la mujer. Una alternativa a la hipótesis de la señal honesta y a las teorías de la competición entre machos es que la pérdida del hueso, el incremento en el tamaño del pene y los cambios en la forma del pene coevolucionaron a la vez a raíz de las preferencias estéticas de la mujer por las morfologías de pene que ellas encontraban arbitrariamente atractivas. Pero ¿por qué iban a preferir las mujeres penes más grandes, anchos y con formas distintas? La respuesta, por supuesto, es el placer sexual en todas sus múltiples dimensiones.
¿Por qué iban a preferir las mujeres penes más grandes, anchos y con formas distintas? La respuesta, por supuesto, es el placer sexual
El pene humano es un ornamento sexual complejo cuyas distintas características evolucionaron para ser experimentadas mediante dos modalidades sensoriales diferentes: la vista y el tacto. El resultado estético es un ornamento visual que actúa doblemente como una pieza escultural interactiva, personal y táctil. En otras palabras, la belleza genital también sucede.
La convergencia de estas características variadas puede tener algo que ver con el hecho de que, gracias a la pérdida del báculo y su función de retracción del pene, los humanos, a diferencia de casi cualquier otra especie de primates, tienen un pene que no desaparece cuando no está erecto. En lugar de eso, cuelga, y lo hace muy visiblemente, puesto que evolucionó para ser más grande y más largo que el de cualquier otro primate. Esto sugiere que puede que la pérdida evolutiva del báculo y el incremento gradual en el tamaño del pene de los humanos estén relacionados, y que sean el resultado de las preferencias de apareamiento de las mujeres, a las que les gustaba un rasgo de exhibición que cuelga. Además, a medida que el hombre evolucionó hacia el estado bípedo, en los últimos cinco millones de años de historia, el hecho de que el pene colgara se habría convertido en un rasgo de exhibición cada vez más visible.
La función estética del pene colgante queda aún más respaldada si nos fijamos en que el escroto humano es más pendular que el de otros simios. Los gorilas y los orangutanes no tienen escroto externo prominente. Los chimpancés sí tienen un escroto pendular y unos testículos muy grandes. Los humanos, no obstante, tienen un escroto mucho más grande y que pende más que el de los chimpancés. Paradójicamente, el incremento del tamaño del escroto humano tuvo lugar al mismo tiempo que la reducción del tamaño de los testículos, que son más pequeños en términos absolutos y relativos que los de un chimpancé. El escroto humano, exageradamente grande, mucho más de lo que es necesario para alojar los testículos, indica que se produjo una selección que fomentó la comunicación adicional que representa en lugar de una función fisiológica concreta. Es decir, que el saco escrotal quizá se hizo más grande porque a las mujeres les gustaba cómo colgaba.
El escroto humano, exageradamente grande, mucho más de lo que es necesario para alojar los testículos, indica una selección
Sin duda, no es el único ejemplo de selección sexual en la evolución del escroto. La cooptación del escroto para la exhibición sexual es conocida en varios grupos de mamíferos que ven en colores. Estos incluyen los cercopitecos verdes (Cercopithecus pygerythrus) y la marmosa de Robinson (Marmosa robinsoni); ambos tienen un escroto de vívido color azul chicle, que rápidamente atrae la atención.
Por supuesto, el pene humano hace algo más que colgar, y las demás características derivadas que tiene probablemente también evolucionaron para ejercer funciones estéticas fruto de la selección sexual. La exhibición de genitales que cuelgan da indicaciones a la hembra acerca del tamaño del pene cuando está erecto. Así que ¿por qué iban las mujeres a evolucionar preferencias por penes de un tamaño mayor que el de nuestros parientes simios? ¿Qué beneficio ofrecen los penes de mayor tamaño a las hembras? Ahora que ya hemos desechado la idea de que el pene sea un indicador honesto de calidad genética, pensemos en la estética del pene. Es probable que el largo, ancho y sólido pene con un glande bulboso haya evolucionado a partir de preferencias femeninas por órganos de copulación masculinos que producen un mayor placer. El primer placer procede de observar el pene que cuelga a cierta distancia, y eso se debe a la pérdida del báculo. El tamaño de la exhibición genital serviría como indicador de la experiencia sensorial y táctil potencial de tener sexo con ese hombre en concreto. Al placer anticipado le sigue el placer de experimentar directamente el contacto con el pene durante las interacciones sexuales y la cópula.
Pero ¿significa esto que las preferencias por los penes grandes son universales en todas las mujeres? Más grandes que los de los chimpancés sí, desde luego. Pero no necesariamente grandes en comparación con los demás penes humanos. Las respuestas de las mujeres a la pregunta de si «el tamaño importa» son muy variables. Y, lo que también es muy interesante, el tamaño del pene del hombre también es muy variable. ¿Es posible que ambas variaciones estén relacionadas? En efecto, si el tamaño del pene es un rasgo estético arbitrario, entonces este, al igual que otros muchos aspectos de la belleza humana, podría ser altamente variable y responder a una multiplicidad de gustos, y eso es lo que sucede. Para gustos, colores (o tamaños).
¿Las preferencias por los penes grandes son universales en todas las mujeres? Más grandes que los de los chimpancés sí, desde luego
En contraste con el pene, que es muy visible, el tamaño y la forma del glande quedan ocultos por el prepucio mientras cuelga, y solo se revelan durante la erección y la relación sexual. Si, como propongo, la forma del glande también evolucionó mediante la elección de la mujer a causa de las sensaciones de placer que proporciona, esto sugiere una preferencia de apareamiento por una característica que solo puede evaluarse durante la copulación, porque de otra forma permanece oculta. Por supuesto, normalmente pensamos en la cópula como algo que solo tiene lugar después de haber elegido a una pareja, pero, para cuando el sexo tiene lugar, la leche ya se ha derramado, por así decir.
Puede parecer extraño que una preferencia de apareamiento evolucione para una característica que no se experimenta hasta el momento de copular. Pero en los humanos, que se aparean, y lo hacen repetidamente, sin importar la estación o la fertilidad de la mujer, la elección de pareja no tiene por qué terminar cuando empieza la copulación. Hasta puede empezar al mismo tiempo. El sexo ofrece a los individuos un amplio y rico abanico de estímulos sensoriales que pueden evaluarse y que pueden influir en posteriores elecciones de pareja, así que las características fundamentales de la evolución estética siguen siendo válidas.
A diferencia de los simios, las hembras de nuestra especie han evolucionado una ovulación oculta y, por lo tanto, los actos individuales de relación sexual tienen una probabilidad particularmente baja de llevar a la fertilización. Por tanto, sería mejor pensar que los humanos tienen preferencias de reapareamiento. Como dichas preferencias quizá estén en parte basadas en la experiencia sensorial de la relación sexual en sí, una teoría estética completa de la evolución genital masculina en los humanos abarcará tanto las características que pueden comprobarse antes de la cópula, como el pene y el escroto que cuelga, y las que se experimentan y evalúan durante el acto, que incluyen el tamaño y la forma del pene erecto en sí. Lo más interesante es que este mecanismo evolutivo, que asume el papel que juega la voluntad de la mujer, está en contradicción directa con el concepto de la mujer como un ser sexualmente «tímido».
La elección de pareja de la mujer ha tenido un profundo efecto en la aparición de los «ornamentos» genitales masculinos en el hombre, que, a lo largo de millones de años de historia evolutiva, se han reconfigurado hasta ser muy distintos de los de nuestros parientes simios.
* Richard O. Prum es profesor de Ornitología y Biología Evolutiva en la Universidad de Yale. Su último libro es ‘La evolución de la Belleza’ que Ático de los Libros publicó en España el 4 de septiembre, un fascinante ensayo que combina biología, cultura y arte para defender la teoría más polémica y desconocida de Darwin que afirma que, en el sexo, eligen las hembras, y que sus decisiones han determinado en muchos casos nuestra evolución. De ‘La evolución de la belleza’ ha dicho la prensa internacional que es «un logro intelectual » (‘Washington Post’), «una lectura deliciosa, tan seductora como subversiva» (‘New York Times’) y que despierta «a los lectores de sus dogmas adquiridos: la supervivencia del más fuerte no es la ley de la naturaleza. La belleza quizá sea, después de todo, la clave» (‘Wall Street Journal’).